¡¡¡WOW!!! Una linda historia LA BARBIE
La Barbie era una morena guapa, de sonrisa enorme, pelo negro largo y una malicia encantadora. Nos conocimos desde pequeños, íbamos al mismo colegio y estábamos en el mismo grado. Siempre se metía en problemas, pero desde pequeña supo que su gracia y belleza la podían sacar de apuros. Su sonrisa era su principal arma. Y por supuesto, siempre me tuvo de su lado.
Ella jugaba fútbol con los cuates de la cuadra en la calle y cuando
la pelota caía en una casa vecina, ella trepaba a la pared, entraba a la
casa y volvía con la pelota, si los habitantes de la casa no salían a
abrir para devolverla. Lo hacía con tal naturalidad que para nosotros
era normal. Una vez un vecino se dio cuenta de que alguien había entrado
y cuando salió a la calle me vio con el balón. Me señaló como culpable y
se quejó con mis papás. La Barbie dijo que ella había sido, que yo no
tenía la culpa, pero nadie le creyó. Estuve castigado dos semanas sin
tele ni salir a la calle.
La Barbie me hizo varias tarjetas
disculpándose y cuando regresé del castigo me recibió con un abrazo.
Teníamos diez años y comenzamos a ser más amigos. Yo iba a su casa a
hacer las tareas o a jugar videojuegos. Poco a poco fueron
desapareciendo las travesuras de niños y ella se alejó del fútbol de la
calle. Un par de años después se fue del vecindario pero seguimos
comunicados por internet.
Cuando cumplió quince años sus papás le
hicieron fiesta. Ella me pidió que yo fuera su caballero. Quise evadir
la invitación pero fue muy insistente y yo a la Barbie no le podía negar
nada.
—Bárbara, —le decía—, yo apenas estoy cambiando de voz, voy a hacer el ridículo total.
—No hombre, Rubén, —respondía—, la vamos a pasar bien.
Y
en efecto, hice el ridículo total. Yo, un adolescente flaco, con acné y
todavía con un poco de cara niño, a la par de una guapa adolescente,
casi mujer. Las fotos del evento están en mi galería particular de la
vergüenza. Sin embargo, la Barbie se encargó de que la pasáramos bien y
en el baile se me olvidó mi calidad de ridículo de la noche. Esa noche,
cuando regresé a casa, la extrañé por primera vez.
Seguimos
comunicados por internet, pero rara vez nos veíamos. A veces me invitaba
a su casa a que la ayudara con matemáticas o física fundamental. Tenía
varios enamorados que la llamaban todos los días. Yo siempre pensé que
estaba fuera de mi alcance, así que no dije mucho, salvo que siempre
estaría de su parte. Tuvo algunos novios, pero tan rápido como se
enamoraba los olvidaba. Hasta que llegó Gonzalo, quien cambió la
historia.
Conoció a Gonzalo en un evento evento escolar, me contó
emocionada por el chat. Ya teníamos dieciocho años los dos. El Gonzo es
cool, me dijo. El Gonzo era un rebelde sin causa, hijo de una familia
acomodada venida a menos. Su principal afición era entrar sin permiso a
casas o apartamentos de ricos y armar fiestas. Tenía contactos que le
proveían direcciones y nombres. La Barbie me invitó un par de veces, y
la verdad nos la pasamos bien.
La estrategia era sencilla. Debían
averiguar bien los nombres de los dueños e identificar bien a los
policías privados que abrían los parqueos. Se conseguían las llaves con
el personal de limpieza o gente cercana. La encargada de seducir a los
policías privados y a las personas de la limpieza era la Barbie.
Estuvieron a punto de atraparlos varias veces. También hubo una vez en
que uno de los ofendidos ‒el dueño de la casa donde era la fiesta‒ en
lugar de denunciarlos se unió a la misma y terminó borracho, cantando
música de protesta acompañado de una guitarra desafinada.
Al año siguiente la Barbie dejó al Gonzo. Se puso fastidioso, me dijo. Las fiestas se terminaron.
Cuando
al fin superé la adolescencia, invité a salir a la Barbie y en una
noche desesperada, le dije que la quería. Se puso a reír a carcajadas,
dijo que era una buena broma, que no estaba para esas cosas ahora, que
estaba loco, que qué me pasaba, que por qué le decía esto ahora, que era
un idiota. Tenía que hacerlo Barbie, le respondí. Hablaba rápido, se
puso agitada y me dijo que me largara. Al día siguiente me llamó para
disculparse, pero ella no quería pensar en nada de eso ahora.
Después
de eso nos distanciamos durante algunos meses. Ella retomó el contacto y
hubo un acuerdo tácito de no mencionar el suceso. Me contó que su padre
se había metido a unas deudas muy grandes y que no sabían qué hacer. Ya
encontrarás cómo resolverlo, le dije, si necesitás de mí estoy a la
orden, Barbie. Poco tiempo después me llamó para que la llevara a hacer
una diligencia.
Llegué por ella a su casa en mi carro y fuimos a
un edificio de apartamentos y me quedé en la calle esperando. Unos
minutos después ella salió sonriente con una maleta, se subió al carro y
me dijo que la fuera a dejar de regreso a casa. No preguntés qué llevo,
Rubén, por favor.
Lo que hacía la Barbie era entrar a los
apartamentos y a las casas de ricos de las fiestas de antes, pero ahora
ya no a fiestear, sino a robar lo que pudiera. Con su gracia y belleza
podía inventarse lo que quisiera y así no forzaba ninguna puerta, ni
tenía que lastimar a nadie. Los mismos dueños le daban a veces la llave,
bajo el engaño de la limpieza o algún servicio necesario. Lo sospeché
al principio, pero no fue sino hasta hace poco que ella me contó todo.
Robaba para juntar lo de las deudas de su padre. La mala suerte fue que
en último golpe, con el cual terminaría sus andanzas y saldaría las
deudas, la atraparon.
Del arresto de la Barbie me enteré de la
peor forma. Salió su foto en una noticia de la web con el titular “joven
mujer arrestada por robar en apartamentos”. Los comentarios de los
hombres no se hicieron esperar porque salía bonita en la foto. Había
entrado a un edificio con un par de cómplices y habían vaciado varios
apartamentos. Los agarraron con las manos en la masa. Fui a tribunales a
buscar su caso y encontré el juzgado que le tocaba a su caso. Cada vez
que había audiencia yo iba a verla, hasta que me pidió que no lo
hiciera.
Como no habían agravantes de violencia y fueron pocos los
robos que le comprobaron, no pasó mucho tiempo en la cárcel. La fui a
ver algunas veces, no muchas, porque decía que no le gustaba que la
viera de esa forma. Cuando salió de la cárcel me llamó para que la fuera
a traer. No la fui a dejar a la que era su casa, la fui a dejar con un
tipo a uno de los apartamentos en donde la habían agarrado in fraganti
robando.
Me agradeció el favor, pero me pidió que no la buscara.
Ella iba a eliminar todas sus cuentas de internet y no me quiso dar su
número de celular. Al despedirse me pidió por favor, casi rogando, que
no intentara buscarla. Hay te llamo, me dijo, temblando la voz.
Ya
pasó algún tiempo de eso y por supuesto, no la he buscado. A veces por
las mañanas, cuando hace un día soleado pienso, no sé por qué, que ella
va a llamar. Pero otras veces pienso que ya no va a llamarme y quién
sabe si la vuelva a ver.
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