No hay lugares en la Tierra que no hayan
sido alcanzados por la intervención humana
La
intervención humana en su hábitat es un fenómeno muy extenso, antiguo y con una
gran variedad de consecuencias.
Está claro que la sociedad humana ha dejado una huella indeleble
en el medio ambiente natural, con un impacto en el planeta que
incluso se ha calificado como nueva era geológica. Aún así, todos
pensamos que si nos alejamos lo suficiente en busca de un lugar
virginal y paradisíaco, estaremos en un escenario que jamás ha sido
alcanzado por la mano humana.
Pues no es así; al menos no de acuerdo a un nuevo
estudio que analizó décadas de datos
arqueológicos para encontrar que no quedan lugares puros en la Tierra; lugares
que no hayan sido afectados de alguna forma por la sociedad y actividad
humanas, y que probablemente la intervención data de miles de años.
La arqueóloga Nicole Boivin y sus colegas de la Universidad de
Oxford, en Reino Unido, y el Instituto Max Planck para la Ciencia de la
Historia Humana, en Alemania, hicieron un recorrido por 30 años de
estudios arqueológicos y nuevos datos de antiguo ADN y microfósiles,
junto con una serie de modelos estadísticos.
Su conclusión fue que el impacto de la humanidad en el planeta no
ha consistido simplemente en el despliegue de tecnologías masivas y
los cambios sociales de la Revolución Industrial, sino que se ha podido
observar a partir de miles de años atrás, en el Pleistoceno tardío,
cuando se extinguieron especies por causa del crecimiento de la
población humana, aun hace 195.000 años.
Los investigadores dicen que el ejemplo más significativo de esto es la
dramática reducción de la megafauna (bestias gigantes) entre hace 50.000
y 10.000 años atrás, lo que tuvo efectos dramáticos en los ecosistemas,
particularmente en aspectos como la dispersión las semillas.
El advenimiento de la agricultura y el pastoreo puso aún más
presiones a la evolución de plantas y animales, creando “impactos duraderos y
sin precedentes en las distribuciones de las especies”. Pero estos impactos no
sólo llevaron a extinciones, sino también a un crecimiento explosivo de
las clases de animales favorecidas por los humanos –como los perros domésticos,
las ovejas, las cabras, los pollos y el ganado.
Los humanos también colonizaron islas, lo que tuvo grandes efectos
al ver cómo los ecosistemas naturales de las islas carecen de “la resiliencia
de los biomas continentales”. A medida que se introdujeron nuevas especies, las
nativas fueron quedando subyugadas. La expansión del comercio, desde la Era
del Bronce hacia adelante, agravó muchos de estos efectos, mucho antes de
que se disparara la Revolución Industrial.
En otras palabras, simplemente mediante la colonización de nuevas
tierras y el manejo de suelos y animales para la alimentación, la
humanidad tuvo un impacto en cada lugar del planeta.
Los investigadores dicen que el descubrimiento de esta intervención de
largo plazo, significa que deberíamos adoptar un enfoque más amplio y
pragmático en los esfuerzos por la conservación. Como está claro que es
nuestra naturaleza alterar la naturaleza, necesitaremos planificar de
manera realista y de acuerdo al deseo de salvar al planeta de los factores que
amenazan al medio ambiente.
“La evidencia arqueológica es crítica en identificar y entender la profunda
historia de los efectos humanos”, dice Nicole Boivin en Proceedings of the National
Academy of Sciences. “Más que devolver al
planeta a su estado original se trata de “salvaguardar el
aire limpio y las aguas puras para las generaciones futuras “,
agrega.
Esa condición original de la Tierra es algo que por miles de años no
ha existido, por lo que debemos enfocarnos en lo bueno que podemos hacer por el
bien del planeta como es ahora, más que restaurar un estado de paraíso que
desapareció hace muchísimo tiempo y que ahora sólo existe en nuestra
imaginación (o memoria ancestral).
Los datos arqueológicos acumulados por años demuestran que el ser humano es
perfectamente capaz de alterar su medio ambiente y ecosistema, y que lleva
haciéndolo por milenios. Ahora, la interrogante que plantean los
expertos es qué clase de ecosistemas queremos para el futuro; si éstos serán
un soporte de bienestar para nuestra especie y las otras, o si será el
escenario de una extinción a gran escala para todos.
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